De acuerdo, ya lo has conseguido. Hasta que no he parado de respirar no has dejado de pegarme. Me has humillado, insultado, pegado y matado, y por si fuera poco, todo en presencia de nuestro hijo. ¿Era necesario tanto? Si sabes que yo te respeto, que siempre te he querido a pesar de las palizas, aunque realmente no sé por qué no cambió mi opinión. No somos animales salvajes, como los lobos, que forman manadas en las que manda el más fuerte, y somete a los demás a su voluntad. Parece que para ti sí. Las cosas se piden por favor, no hace falta que me grites, te he oído a la primera, lo que pasa es que no quiero hacer lo que me dices. Y crees que la mejor manera de solucionar mi rebeldía es empujándome para pillarme los dedos con la puerta y luego abrir uno de los cajones para darme golpes en la cabeza hasta marearme e incluso llegar a sangrar. Y ya está. Para ti eso es ley, eso es tener el mando. Tienes la fuerza, por tanto tienes el poder. Dicen que más vale maña que fuerza, pero eso pocas veces se basa más en la realidad que en los cuentos, y la realidad es que estoy tirada en el suelo de nuestra casa, con un charco rojo que ha formado la hemorragia de mi nariz y se ha juntado con un hilillo de líquido granate que cae de mi boca, delineando mi pelo suelto. Mi marido, de pie junto a mí, y el bebé mirando. El primero jadea, aún con el ceño fruncido y seguramente pensando << ¿Al fin apoyas mi argumento?>>; el segundo mira sin comprender la situación con sus enormes ojos. Te pasas una mano por el pelo, intentando serenarte, y como si simplemente se hubiera roto algo de insignificante valor que no mereciera la pena siquiera recogerlo, caminas tambaleándote ligeramente para sentarte en tu sofá y, tenso, enciendes la televisión. Es ahora cuando me doy cuenta de que siempre los has querido más que a mí, que has pasado mucho más tiempo con ellos que conmigo. No te pueden reprochar la falta de cariño hacia ellos en los últimos años, al contrario que yo…Solo que fue conmigo con quien te casaste. ¿Por qué seguí casada? ¿Debería preguntar aún si me quieres? Yo sí que te quiero, y siempre te he querido, pero recuérdame por qué aguanté la situación en la que me tenías si desde el primer día que empezaste a darme bofetadas ha parecido que cambiabas a la mejor persona que he conocido y te has implantado tú en su vida. Me has marginado de la sociedad, mis amigos casi no saben ya nada de mí, hablo poco con mi familia y soy esclava de tus caprichos. Es así como te sientes más fuerte, ¿verdad? O por lo menos es así como intentas serlo, porque realmente eres un cobarde. Pues a ver si sobrevives sin que te haga la comida, porque nunca te he visto freír un huevo, y los platos que cocinabas para mí en días especiales cuando llevábamos poco tiempo casados debiste sacarlos de la chistera. Supongo que es por eso por lo que también desaparecieron por arte de magia.
Mientras miras alternamente mi cuerpo y el televisor, el pequeño gatea hacia mí y me pasa sus manos por la cara aun caliente, en parte por los golpes recibidos, reclamando una atención que no puedo darle ya. Aunque te entendiera no podrías explicarle esta situación. Sus pequeñas manos empiezan a jugar inocentemente con el extraño charco oscuro, y entonces es cuando ya no aguantas más y a grandes zancadas te acercas a nosotros para cogerle en brazos. ¿Dónde le llevas? Te diriges al cuarto de baño, donde hace unos veinte minutos te preparé cariñosamente un baño relajante. ¿No estarás pensando en…?
Cuando sus pequeños brazos dejaron de agitarse bajo el agua ya no tenía rastro de amor hacia ti. ¡Estoy furiosa! Te voy a perseguir como sea. Aunque el cáncer que te provocas fumando acabará contigo pronto, haré lo que pueda para vengarme.
Ahora el lobo no tiene manada, aunque al fin parece arrepentirse y unas lágrimas bajan por sus mejillas. Llorar no nos devolverá la vida que nos has arrebatado. Al borde de la desesperación la mejor idea que se te ocurre es buscar en la cocina un cuchillo lo bastante grande como para poder atravesar tu corazón de una puñalada y así acabar con todos tus males. ¡Si te arrepentías de mi asesinato y pensabas acabar con tu vida, más te hubiera valido empezar contigo y no con la del niño!
Deberías habernos dejado en paz. Nunca te va a querer nadie como te he querido yo, y nunca más te querré por lo que has hecho.
No me dejaste irme cuando alguna vez te dije que me marchaba, y parece que haré en muerte una de las muchas cosas que no pude hacer en vida: hasta que la muerte nos separe.
Hasta nunca, cielo. Espero que te pudras donde sea que hayan preparado algo para ti.
Elsa
Mientras miras alternamente mi cuerpo y el televisor, el pequeño gatea hacia mí y me pasa sus manos por la cara aun caliente, en parte por los golpes recibidos, reclamando una atención que no puedo darle ya. Aunque te entendiera no podrías explicarle esta situación. Sus pequeñas manos empiezan a jugar inocentemente con el extraño charco oscuro, y entonces es cuando ya no aguantas más y a grandes zancadas te acercas a nosotros para cogerle en brazos. ¿Dónde le llevas? Te diriges al cuarto de baño, donde hace unos veinte minutos te preparé cariñosamente un baño relajante. ¿No estarás pensando en…?
Cuando sus pequeños brazos dejaron de agitarse bajo el agua ya no tenía rastro de amor hacia ti. ¡Estoy furiosa! Te voy a perseguir como sea. Aunque el cáncer que te provocas fumando acabará contigo pronto, haré lo que pueda para vengarme.
Ahora el lobo no tiene manada, aunque al fin parece arrepentirse y unas lágrimas bajan por sus mejillas. Llorar no nos devolverá la vida que nos has arrebatado. Al borde de la desesperación la mejor idea que se te ocurre es buscar en la cocina un cuchillo lo bastante grande como para poder atravesar tu corazón de una puñalada y así acabar con todos tus males. ¡Si te arrepentías de mi asesinato y pensabas acabar con tu vida, más te hubiera valido empezar contigo y no con la del niño!
Deberías habernos dejado en paz. Nunca te va a querer nadie como te he querido yo, y nunca más te querré por lo que has hecho.
No me dejaste irme cuando alguna vez te dije que me marchaba, y parece que haré en muerte una de las muchas cosas que no pude hacer en vida: hasta que la muerte nos separe.
Hasta nunca, cielo. Espero que te pudras donde sea que hayan preparado algo para ti.
Elsa
2 comentarios:
Desgarrador, sencillamente desgarrador.
Ha conseguido llegarme al alma, a esa sensibilidad, que de un tiempo a esta parte, tengo a flor de piel.
María.
ufffff...no consigo verbalizar lo que he sentido.
hay que continuar luchando para hacer entender a mujeres que están pasando por el terrorismo machista, no es lo habitual, no es lo normal, debemos abrir los ojos...ántes que sea demasiado tarde.
saludos
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