“ATENTAMENTE SIEMPRE CON VOSOTRAS”
Oscuridad. El armario de la habitación de invitados era pequeño para
mí. Mis piernas se apretaban contra mi pecho, anulándome la respiración.
Silencio. Tan sólo se oía mi jadeo. Me faltaba el aliento para pedir ayuda.
Temblor. Mi cuerpo vibraba estremeciendo cada rincón del escondite. Observaba
intranquila el exterior por la rendija que quedaba entre puerta y puerta, la
cual proyectaba una tenue luz que iluminaba sutilmente el habitáculo. Llanto.
Mis lágrimas bañaban las prendas que allí se hallaban, anticuadas y desgastadas
por el paso del tiempo. Escogí aquel lugar para refugiarme de ti, de tus
palizas, tus puños y piernas, tus gritos, tu desconfianza, tu falta de respeto,
tu acoso, mi subordinación, mis miedos, mi angustia, mis añoranzas, mi
desesperación. Dolor. Mi nariz sangraba y mis extremidades pedían a gritos una
cura para aquellos moratones, mientas mi garganta reclamaba un vaso de agua
fresca y mi corazón y cabeza una tregua para tanto sufrimiento. Recuerdos.
A día de hoy rememoro aquello como el fin de la intolerancia y mi
propia nulidad como persona y el comienzo del descanso emocional que tanto
añoraba. En realidad, ahora ni tan siquiera recuerdo. Quise acabar con aquello
que tanta aflicción nos causaba. Por ti, por mí y por los bonitos momentos que
pasamos y se perdieron entre tantos golpes. Aquel fue mi punto y final, mi
remedio y solución, mi salida del túnel. No me quedaba más que abandonar
aquella vida, que en un primer momento elegí junto a ti, pero no para compartir
lo que ha matado nuestra relación. Yo no elegí el miedo, el pánico, la
ansiedad, tú tan sólo me lo ofreciste sin esperar respuesta alguna o más bien
me lo impusiste. Todavía no llego a entender cómo te dejé en un principio
ponerme la mano encima, sentirme tan pequeña a tu lado, callarme mientras me
insultabas a voces, enterándose todo el vecindario de nuestras disputas. Salía
a la calle con pañuelos y jerseys de cuello alto para tapar los vestigios del
altercado o más bien del sermón que me dabas cual padre a su hijo
intensificado, y en ocasiones cuando mis heridas salían a la luz yo mentía para
cubrirte cual siervo a su amo. Me repetía a mí misma una y otra vez que aquello
no volvería a suceder, que no volvería a sentir mi cuerpo estremecerse al
llegar tú a casa. Por esto, decidí terminar con mi existencia, pues muy a mi pesar
no me quedaba nada por lo que luchar ni nadie por quien continuar, me sentía
sola, desconsolada, sin ánimos ni fuerzas, y tú tan sólo me robabas segundo a
segundo mi vida, mi posesión más preciada, lo único propio que tenía. Encerré
en aquel armario todos los prejuicios que me habían acompañado durante largo
tiempo y me aferré al valor de hacer lo que hice. Pero no me siento orgullosa
de ello. Yo no tenía otra opción, tú y todo mi mundo desmoronado se me había
derrumbado encima. Pero siempre hay una alternativa. Me arrepiento de no
haberte plantado cara, haberte dicho todo lo que sentía, haberme armado de
valor y haberte encerrado entre cuatro paredes como hiciste tú conmigo. Por
este motivo como último deseo, si me permites, me gustaría hacer un llamamiento
a todas aquellas que en mi misma se situación se acongojaron y encerraron para
sufrir en silencio y poder huir de alguna manera de su compañero. Vosotras, que
habéis sentido lo mismo que yo y que perdisteis el respeto y la esperanza por
el camino, no permitáis que os roben vuestros sueños, reivindicad vuestros
derechos, libertades y justicia, luchad y buscad un rayo de luz en un día de
tormenta.
Autora: "Oscuridad", que responde a las iniciales IMG, 17 años, cursa 2º de Bachillerato en el IES Valle del Jerte, de Plasencia.
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